PAZ Y BIEN

domingo, 6 de abril de 2014

Resurrección de LAZARO

LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO: Juan 11,1-45
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
La cumbre de los “signos” reveladores en el Evangelio de Juan
Éste, que es el último y el mayor de los siete “signos” reveladores de la primera parte del evangelio de Juan, en realidad es toda una historia de amor. Una historia entretejida por una gran riqueza de elementos y cargada de profundas emociones: cada palabra, cada gesto, tiene un profundo significado que sólo se puede captar mediante la lectura atenta y la contemplación amorosa del texto.
Jesús, quien mediante la serie de encuentros narrados por el evangelista Juan, se ha acercado a personas concretas que viven situaciones particulares (la falta de vino de los novios de Caná, la búsqueda de Nicodemo y de la samaritana, la aflicción del funcionario real por el hijo moribundo, los treinta y ocho años de dolencia del paralítico de la piscina de Betesda, el pueblo hambriento, las vicisitudes del ciego de nacimiento), viene ahora al encuentro de la más difícil de todas las situaciones humanas: ¡la muerte!
El don de la vida es el resultado de los encuentros de Jesús en el Evangelio. Los siete signos de Jesús nos han mostrado de qué manera Jesús es dador de vida: 
(1) Le ha traído alegría a la pareja que comienza su vida matrimonial (2,1-11)
(2) Le ha dado la salud al niño en peligro de muerte (4,46-54)
(3) Le ha restaurado la salud al adulto sometido por la parálisis (5,1-18)
(4) Le ha dado pan al pueblo hambriento (6,1-15)
(5) Le ha dado ánimo a sus discípulos confundidos en medio de la tempestad (6,16-21)
(6) Le ha abierto los ojos al ciego de nacimiento (9,1-41)
Y ahora el signo No.7: le da la vida a un difunto.  Jesús no sólo “da vida” en medio de situaciones históricas sino que va más allá, él apunta ahora hacia el futuro y ofrece el don de la vida en la eterna comunión con Dios, esto es, en la resurrección.
Por esto, podemos denominar este pasaje que, como vimos en el del ciego, también consiste en una serie de encuentros, como “el encuentro salvífico con la muerte”. La intención es claramente pascual: en él Jesús arranca al hombre de la desgracia de la muerte y le da el don de la vida.
Muchos más que la resurrección de Lázaro
Es importante que tengamos presente que en este pasaje no todo se reduce al “milagro” de la resurrección de Lázaro sino que hay toda una dinámica interna a lo largo de la cual se ponen a la luz diversas actitudes ante la muerte de los seres queridos y ante la que nos aguarda a nosotros mismos.
Algunas características notables del relato de la resurrección de Lázaro son:
(1) Se trata del llamado de la muerte a la vida, realizado por el poder de su Palabra
(2) Jesús lo realiza por un amigo y en medio de un círculo de amigos.
(3) Ocurre en presencia de muchos testigos.
(4) Los testigos participan en la acción misma.
Pero quizás lo más notable de todo sea la manera de proceder de Jesús. En los signos anteriores narrados por el Evangelio, Jesús ha realizado primero el signo y luego, mediante una pedagogía deductiva, el Maestro ha ido conduciendo hacia su comprensión, con la consecuente respuesta de fe. En este signo Jesús procede al contrario: va explicando progresivamente el sentido del signo que va a realizar, mediante diálogos sostenidos con personajes claves, para culminar con la realización del signo. Esta vez Jesús aplica una pedagogía inductiva.
Un camino de fe en la Resurrección
A partir de la observación anterior, podemos decir que el relato de la resurrección consiste en una iniciación progresiva a la fe en Jesús, él único que tiene poder sobre la muerte y es Señor de la Vida.
Efectivamente, Jesús se va revelando como Señor de la Vida (Pascua) de los siguientes personajes:
(1) Los discípulos (11,7-16)
(2) Los familiares del difunto Lázaro (11,17-37). Distinguiéndose: Marta (11,17-27) y María (11,28-37)
(3) El pueblo (los judíos), que aparece contemporáneamente a María (11,28-37).
No sólo los personajes que van pasando frente a Jesús, sino también los lugares en los que se mueve son significativos.
La resurrección de Lázaro y la muerte de Jesús
Aunque el relato apunta hacia el encuentro de Jesús con la muerte del hombre, por la manera como está contextualizado, vemos cómo éste nos anuncia que también está en juego la vida misma de Jesús: Jesús da vida jugándose su propia vida.
En Juan 10,39 se cuenta cómo los enemigos de Jesús intentan –sin éxito- atraparlo en Jerusalén; luego en 10,40 se nos informa que Jesús permanece en la orilla oriental del río Jordán protegiendo su vida.
Es justamente ahí, en ese momento de tensión, donde comienza el relato de la resurrección de Lázaro, el cual supone el regreso de Jesús a las inmediaciones de Jerusalén, allí donde su integridad personal está amenazada.
Por otra parte, una vez que Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro, vemos que se reúne un Sanedrín para decidir la muerte de Jesús. Allí deciden: “conviene que muera” (11,47-54).
Pero a pesar de todo, a pesar de este marco contextual de conflicto y pregón de la muerte de Jesús, el tema del “creer” en Jesús es el que realmente enmarca el relato (ver 10,42 y 11,45).
Las cinco etapas del itinerario de fe en la resurrección
Abordemos, entonces, el texto, siguiendo el ritmo de sus escenas para que descubramos la pedagogía de este encuentro con Jesús:
(1) Primera etapa: Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo (11,1-6)
(2) Segunda etapa: Jesús prepara a sus discípulos para el signo que está a punto de realizar (11,7-16)
(3) Tercera etapa: Jesús se encuentra con los parientes de Lázaro y con el pueblo (11,17-37)
(4) Cuarta etapa: Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro (11,38-44)
(5) Quinta etapa: El pueblo reacciona ante el signo (11,45-46)

1. Primera etapa: Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo (11,1-6).
El relato comienza situándonos: se ha enfermado Lázaro, quien es hermano de Marta y María, amigo de Jesús que vive en Betania (ver 11,1-2).  Se destaca la relación directa que Jesús sostiene con esta familia.
A lo largo de esta historia de la amistad de Jesús se "seguirán destacando sus afectos”:
(1) En 11,3 las hermanas le recuerdan a Jesús que Lázaro es “aquel a quien tú quieres”.
(2) En 11,5 el evangelista nos pone al tanto que Jesús los “amaba” a los tres.
(3) En 11,11 Jesús llama a Lázaro “nuestro amigo”.
(1) En 11,36 es el pueblo quien lo nota: “Mirad cómo lo quería”.
La amistad y el cariño son característicos de los encuentros de Jesús: su misión no es tanto ganar adeptos que comulguen con sus ideas, para Jesús cuenta mucho la relación personal con cada uno.  En Jesús cada hombre está llamado a experimentar la solicitud cordial y personal de Dios; y es al interior de esta relación personal con Él que se realiza la salvación.
Pues bien, las hermanas ponen a Jesús al tanto de la situación del amigo: “Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo” (11,3).
Es interesante notar que ellas no le expresan directamente una petición (como tampoco lo hizo María en las bodas de Caná), no le ordenan nada, quizás están tratando de proteger a Jesús de cualquier peligro si vuelve a las inmediaciones de Jerusalén (11,8: “Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?”; ver 10,39).  Marta y María simplemente:
(1) Le dicen cómo está su hermano.
(2) Le recuerdan que se trata de su amigo.
Esta evocación de la amistad con Jesús no sólo nos ayuda a visualizar un trazo importante de las relaciones de Jesús, en torno a las cuales se teje el discipulado, sino que es también una clave fundamental para comprender el relato: desde dónde y para qué obra Jesús la salvación del hombre.

2. Segunda etapa: Jesús prepara a sus discípulos para el signo que está a punto de realizar (11,7-16).
Esta segunda etapa está enmarcada por la propuesta de Jesús a sus discípulos, “Volvamos de nuevo a Judea” (11,7),  y por la respuesta de Tomás en nombre de todos “Vayamos también nosotros a morir con él” (11,16).
Entre la propuesta y la respuesta hay un diálogo entre Jesús y sus discípulos sobre el sentido de la acción que se va a realizar en Betania.
Si miramos atrás, en el episodio de las bodas de Caná, veremos que los discípulos ya han sido entrenados desde el principio para saber descubrir en las acciones de Jesús un signo que revela la Gloria de Dios (ver 2,11).
Por otra parte, en el encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento, antes de realizar el signo, Jesús instruyó a sus discípulos indicándoles cuál era la finalidad de la enfermedad y de la curación (“es para que se manifiesten en él las obras de Dios”; 9,3).
Cuando leemos 11,4, vemos como -siguiendo el mismo procedimiento- Jesús explica: “Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Detengámonos en las dos finalidades (“para”… “para”):
(1) “Para la Gloria de Dios”…
Es decir, para manifestar de qué manera Dios es “Yo soy el que soy”, el que está presente en medio de su pueblo. Todas las acciones de poder de Jesús buscan que Dios resplandezca con su obra, que se haga visible el poder de Dios. Dios se manifiesta no en su esencia abstracta sino en su interés y su premura concreta por cada uno de los hombres de la tierra.
(2) “Para que el Hijo de Dios sea glorificado”…
Es decir, para que se reconozca que Jesús está en una relación estrecha (y al mismo nivel) que Dios. Las obras de Jesús enseñan quién es Jesús.
En el diálogo con sus discípulos, todavía les agrega una tercera y definitiva razón de lo que pretende con la resurrección de Lázaro: “Para que creáis” (11,15).  Por lo tanto al revelarse la Gloria de Dios por medio del Hijo de Dios, Jesús espera que sus discípulos:
(1) Confirmen su fe.
(2) Comprendan qué es lo que les espera como consecuencia del creer.
Con estos presupuestos Jesús invita a sus discípulos a seguirlo en Judea (ver 11,7.15). Ellos irán con la conciencia clara de lo que les espera allá.
La frase valiente de Tomás, “vayamos también nosotros a morir con él” (11,16), implica un gesto de confianza en Jesús.  Los discípulos son testigos ante nosotros de lo que implica el seguimiento y de cómo el dar vida supone el poner en riesgo la propia vida.

3. Tercera etapa: Jesús se encuentra con las hermanas de Lázaro y con el pueblo (11,17-37).
Una vez que Jesús y los discípulos llegan a Betania –y sabiendo que Lázaro ya lleva cuatro días en el sepulcro (ver 11,18)-  ocurre el encuentro propiamente dicho con la familia doliente: primero con Marta, quien “le salió al encuentro” (11,20), luego con María, quien responde al llamado “el Maestro está ahí y te llama” (11,28).
En torno a los diálogos que Jesús sostiene con Marta y María, vemos una nube de gente. El “pueblo” (=los judíos) aparece como la multitud de dolientes que han venido de Jerusalén para consolar a las hermanas de Betania (ver 11,18-19.31) y que llega también a interactuar con Jesús (ver 11,33-37).
La venida de muchos jerosolimitanos para el velorio, con el fin de “consolar” las hermanas (11,19.31):
(1) Subraya el clima de tristeza y la sensación humana de impotencia frente la muerte.
(2) Suscita las preguntas: ¿Y a qué viene Jesús? ¿Qué puede hacer por ellas?
Los encuentros de Jesús narrados en esta sección responden a estas inquietudes. Veamos sus características:

3.1. El encuentro de Jesús con Marta (11,20-27)
El encuentro con Marta se caracteriza porque:
(1) Ella toma la iniciativa.
(2) Va sola donde Jesús.
(3) Es conducida progresivamente a la fe en Jesús como Señor de la vida.
El diálogo de Jesús y Marta es significativo. En el intercambio Marta va entrando, conducida por Jesús, en la experiencia de la fe:
Marta comienza abriéndole su corazón a Jesús. Sus palabras manifiestan:
(1) Su fe en Jesús: “Mi hermano no habría muerto” (11,21b).
(2) Su desilusión por haber llegado tarde: “Si hubieras estado aquí...” (11,21ª).
(3) Su esperanza porque sabe que su presencia no será en vano: “Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá” (11,22). Estas palabras son una reafirmación de su fe... a pesar de todo.
Ante la expectativa de Marta, Jesús le anuncia: “Tu hermano resucitará” (11,23).
Por sus palabras, se nota cómo en el corazón de Marta se mezclan la fe y la desilusión frente a la persona de Jesús.  Pero lo más importante es que a su experiencia de fe le falta todavía un conocimiento más hondo de qué es lo que Jesús está en capacidad de ofrecerle.  Por eso Marta no consigue conectar su fe en la resurrección de los muertos en el último día, “Ya sé que resucitará en la resurrección el último día” (11,24; afirmación común entre los israelitas), con la fe actual en la misma persona de Jesús.
La doble convicción de Marta (quien ha repetido dos veces “yo sé...”, “yo sé...”) da la base para que Jesús le enseñe qué es lo que hay que creer. Esto es lo que hay que creer: que la resurrección proviene de la persona misma de Jesús y no de una expectativa abierta hacia un futuro incierto (ver 11,25-26).
Al preguntarle “¿Crees esto?” (11,26) Jesús la inicia ya en la experiencia de la resurrección, porque según sus mismas palabras: “El que cree en mí...vivirá”, y este “vivir” y “creer” en Jesús es la garantía de la resurrección.
Marta, entonces, llega a la fe: comprende y hace una profesión fe de altísimo nivel (que sólo es comparable a la de Jn 20,28.31; prefigurada ya en la profesión de fe de Pedro, Juan 6,69, y en la del ciego de nacimiento, Juan 9,38). Dice Marta:
“Sí, Señor,
yo creo que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios,
el que iba a venir al mundo” (11,27).
El encuentro tiene su punto culminante en la confesión de fe, es decir, en el reconocimiento de 
(1) Quién es Jesús para los hombres. Dice Marta:
• “Tú eres el Cristo”: aquel mediante el cual Dios cumple su obra de salvación por los hombres.
• “Tú eres el Hijo de Dios”: aquel que vive en una comunión sin comienzo y sin fin con Dios; aquel que está al mismo nivel de Dios.
(2) Qué tipo relación sostiene Jesús con el Padre. Dice Marta: “Tú eres el que iba a venir al mundo”, o sea, que “Tú eres el enviado del Padre”.  Dios Padre está detrás de toda la obra de Jesús (ver 11,42; 16,28).

3.2. El encuentro de Jesús con María (11,28-32)
El encuentro de Jesús con María, por su parte, tiene las siguientes características:
(1) Jesús toma la iniciativa: él la “llama”.
(2) Va acompañada de sus visitantes judíos donde Jesús.
(3) No consigue salir de su dolor, no llega a la fe en la resurrección.
Jesús la llama: “El Maestro está ahí y te llama” (11,28). La actitud de María ante la llegada de Jesús a Betania es distinta de la de Marta: mientras Marta se pone en camino donde el Maestro, María “permanece en casa” (11,20b). María permanece encerrada en su dolor, su tristeza la inmoviliza, a diferencia de su hermana no vislumbra una esperanza.  Sin embargo su actitud no es del todo cerrada, ella sabe reaccionar ante la voz del maestro que la llama: “se levantó rápidamente y se fue donde él” (11,29).
Va acompañada de sus visitantes judíos donde Jesús: “la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar” (11,31b). El pueblo que viene a consolar a las hermanas de Betania es el causante de toda la algarabía que caracteriza la escena: llantos, gritos de desesperación, profunda tristeza. Como bien señala 11,33: “también lloraban los judíos que la acompañaban”.  A diferencia de Marta, María no consigue desprenderse del ambiente funerario que la rodea.
No consigue salir de su dolor, no llega a la fe en la resurrección: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto” (11,32). María hace algo que no hace Marta: “cayó a sus pies” (11,32).  El gesto probablemente indica reconocimiento y adoración de Jesús, pero sus palabras indican que su fe es todavía insuficiente. Sus palabras son idénticas a las de la primera parte de las palabras de Marta (ver 11,21): hay fe pero también desilusión.  Probablemente esto ha sido tema familiar y ambas hablan el mismo lenguaje.  Pero María aún no se abre a la esperanza, no llega a la confesión de fe de su hermana, sigue perpleja ante la muerte.  María comprenderá plenamente en la mañana de la resurrección, ocasión en la que será nuevamente llamada por su Amigo-Maestro.

3.3. Jesús y el pueblo (11,33-37)
El pueblo ha estado en el trasfondo de los dos encuentros anteriores. El pueblo tiene las siguientes características:
(1) “Consuela” a las hermanas pero no transforman la situación.
(2) Observa el amor de amigo de Jesús.
(3) Critica a Jesús.
El pueblo que rodea a Marta y María, viene al velorio a expresar su condolencia y a acompañar solidariamente a la familia (11,19.31). Pero su consuelo no es verdaderamente efectivo porque no consigue eliminar la causa de la tristeza, la situación continúa igual, incluso el pueblo también queda atrapado en la sin salida del dolor (11,33).
Por el contrario, Jesús es aquel que verdaderamente “consuela” porque su venida no es para dar un “sentido pésame” sino para:
(1) Vencer la muerte.
(2) Dar la vida eterna.
La presencia y la intervención de Jesús cambia sustancialmente la situación de tristeza en gozo.
Pero hay un momento en el que todos lloran: María, el pueblo y también Jesús (11,33a).  La reacción de Jesús aparece como un contagio del dolor de María (“Viéndola llorar...”, 11,33a) y en ella podemos distinguir:
(1) La actitud interna: “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33b).
(2) La expresión externa: “se echó a llorar” (11,35).
El pueblo ve, interpreta y concluye: “Mirad, cómo lo quería” (11,36).
Pero lo que en un primer momento es motivo de admiración, inmediatamente se vuelve objeto de crítica: “Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?” (11,37).  Se trata de la una actitud diametralmente opuesta a la de Marta, mientras ésta cree una parte del pueblo se cierra ante Jesús.
Los judíos del pasaje solamente saben ver una posible debilidad y falla en Jesús.  Sin embargo, aquí hay una lección: la muerte es necesaria.  La resurrección presupone la muerte –por eso Jesús se ha referido a la muerte (tan duradera) como si fuera un sueño (ver 11,11.13)-  y, de hecho, es una victoria sobre ella.  La promesa de Jesús no es precisamente la de evitar la muerte sino la de no dejar que ésta se constituya en la última palabra sobre la historia humana.

4. Cuarta etapa: Jesús realiza el signo de la resurrección de Lázaro (11,38-44).
Este es el momento en el que Jesús se coloca de cara a la muerte. Ahora demuestra que ésta no es de ninguna manera un límite para él: Jesús tiene poder sobre la muerte.
Jesús está ante el sepulcro profundamente conmovido (11,38).  Llaman la atención algunas características de la realización del signo:
(1) Recibe ayuda de los hombres.
(2) Responde a la objeción de Marta con un llamado al “creer”.
(3) Invoca la ayuda de Dios en la oración.
(4) Llama a Lázaro fuera del sepulcro.
(5) De nuevo pide ayuda.

Jesús se deja ayudar
Al comienzo y al final, el pueblo se involucra en el signo: primero, colabora quitando la piedra del sepulcro (11,39) y,  luego, desatando las vendas y el sudario de Lázaro, para que éste –una vez resucitado- pueda andar (11,44).
Jesús responde a la objeción de Marta
Una vez que se ha descrito la tumba de Lázaro y se ha asistido al llanto de Jesús, notamos todavía un breve intercambio de palabras entre Jesús y Marta. Cuando Jesús dice “Quitad la piedra” (11,39ª), enseguida Marta pone una objeción: “Señor, ya huele; es el cuarto día” (11,39b). El cuarto día después de la sepultura es cuando, según la creencia rabínica, el cuerpo regresa definitivamente al polvo de la tierra, o sea, cuando la muerte es completa e irreversible.
El signo, como la totalidad del encuentro con Jesús, se realiza como un itinerario que desemboca en el “creer”. Por eso Jesús le responde a Marta: “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” (11,40).  Sólo si se cree en Él, se abre el espacio para la realización de la obra de salvación.  Creer es reconocer el vínculo estrecho que hay entre el Padre –a quien nadie ha visto (1,18)- y Jesús -quien es el narrador por excelencia del misterio y del proyecto de Dios-.
Jesús ora al Padre
Llama la atención enseguida la oración de Jesús (11,41b-42).  Es la primera vez que sucede en el Evangelio (después será en 12,27-28 y 17,1-26).  En medio de la situación de muerte Jesús deja clara cómo es su relación con Dios.
El contenido de su oración es el siguiente:
(1) “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (11,41b)
Jesús le da gracias al Padre porque lo ha “escuchado”.  Jesús tiene un corazón agradecido.
(2) “Ya sabía que tú siempre me escuchas” (11,41c)
Jesús está seguro de su unión con el Padre y no tiene necesidad de que ésta se demuestre con un signo evidente para todo.  Jesús tiene un corazón libre.
(3) “Pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has enviado” (11,41c)
Jesús deja claro que lo que busca es que la gente crea.  Jesús tiene un corazón de maestro.
Jesús manda “salir” a Lázaro con el poder de su Palabra
Después de proclamarle al mundo su unidad perfecta con el Padre, Jesús pronuncia con solemnidad el imperativo: “¡Lázaro, sal fuera!” (11,43). Esta es la palabra que todo creyente escucha al salir de la fuente bautismal y que le hace pasar de la antigua vida a una nueva existencia; es la palabra que todo creyente escuchará al final de esta vida: “Llega la hora en la que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán…” (5,28-29ª).
De nuevo Jesús se hace ayudar
Dos imperativos más se escuchan finalmente en labios de Jesús dirigidos a la gente que está viendo la escena: “Desatadlo y dejadle andar” (11,44). También ellos participan mediante un gesto de liberación de aquello que no deja a Lázaro salir de su situación de muerte (las vendas) y emprender su camino (“andar” es signo de vitalidad).

5. Quinta etapa: El pueblo reacciona ante el signo (11,45-46).
El pueblo que ha aparecido como un grupo compacto (excepto 11,37) en el episodio, ahora se divide:
(1) Unos “viendo” el signo “creyeron” en Jesús (11,45)
(2) Otros fueron a delatar a Jesús ante las autoridades (11,46; no se lee en la liturgia)
De nuevo quedamos, como lectores del Evangelio, ante la encrucijada en la cual acostumbra colocarnos el Evangelio de Juan.
En este punto final, el “creer” retoma los elementos más importantes de todo el itinerario:
(1) Jesús había dicho desde el principio que la enfermedad –y muerte- de Lázaro eran para la “Gloria de Dios” y la “Glorificación del Hijo” (11,4). Para el evangelio de Juan esta “glorificación” ocurrirá plenamente en la Pascua de Jesús; aquí tenemos un signo anticipatorio que se comprenderá completamente sólo en la resurrección de Jesús: en la cual no habrá vuelta atrás, la victoria sobre la muerte será total y definitiva.
(2) El juego de los equívocos y de las expresiones con doble sentido que van apareciendo a lo largo del relato pretenden llevar al lector a una comprensión más profunda de los acontecimientos, a la luz de la fe. La vida de discipulado pide siempre esta clarificación-iluminación interna.
(3) Jesús va al encuentro de la muerte, pero no sólo la de Lázaro sino también de la suya. La resurrección de Lázaro es un anuncio de la muerte de Jesús, quien para dar vida arriesga la propia. Los discípulos seguirán este mismo camino: “Vayamos también nosotros a morir con él” (11,16).
(4) El diálogo sucesivo con las dos hermanas de Betania proporciona una luminosa revelación sobre la identidad trascendente de Jesús. Enfatizando el “Yo soy” divino (de Éxodo 3,14-15) se proclama abiertamente: “Yo soy la Resurrección” (11,25). Esta vida plena Jesús la comparte con todo el que “vive” y “cree” en Él (11,26). Él concede en calidad de “Cristo” e “Hijo de Dios”, “enviado” por el Padre al mundo para vivificarlo (11,27).
(5) A esta revelación de Jesús se le responde con una clara e inequívoca confesión de fe, a la manera de Marta: “Sí, Señor, yo creo que tú eres…” (11,27).
(6) En su oración ante el sepulcro de Lázaro, Jesús no pide sino que manifiesta ante el mundo su unidad perfecta con el Padre. El “creer” sumergirá al creyente en esa misma comunión entre el Padre y del Hijo, por medio del Espíritu, allí donde proviene y a donde apunta toda vida.
(7) Jesús manda a Lázaro a “salir” y “ponerse en camino”. Esto mismo ha sucedido previamente con las dos hermanas de Betania: cada una de ellas, a su manera, ha salido y ha vivido previamente su resurrección en la fe: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (11,25b). La resurrección de Lázaro en realidad es la conclusión del proceso de resurrección en la confesión de bautismal que han vivido sus hermanas.

En fin…
Ahora le toca el turno al lector del evangelio.
Sobre los presupuestos establecidos en la página evangélica cada uno está invitado a dar un paso hacia delante en su vida como discípulo del Señor abriéndose al encuentro vivo con Jesús resucitado, quien hoy, como ayer, sigue viniendo a nuestro encuentro pascual y eucarísticamente con el don de la vida: su misma vida.

6. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia:
6.1. Amemos la vida que permanece
“Las obras del Señor no son apenas hechos: también son signos. Y si son signos, más allá del hecho de ser admirables, ciertamente deben significar algo. Y encontrar el significado de estos hechos es muchas veces mucho más trabajoso que leerlos o escucharlos. En cuanto se leía el Evangelio, oíamos admirados la manera como Lázaro volvió a la vida, como si el espectáculo de este gran milagro sucediese ante nuestros ojos. Pero si le prestamos atención a las obras de Cristo mucho más maravillosas que esta, todo aquel que cree resucita. Y si atentamos con inteligencia con muertes más detestables, todo que aquel que peca muere. Por tanto, todos temen la muerte de la carne y pocos la del alma. Todos se preocupan y evitan cuanto pueden la muerte del cuerpo que, antes o después, vendrá ciertamente. Se esfuerza por no morir el hombre que tiene que morir y no se esfuerza por no pecar el hombre…
¡Oh, si consiguiéramos despertar a los hombres –y nosotros junto con ellos- para que amemos tanto la vida que permanece como se ama esta vida que pasa!”
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” tr. 49,2.3)

6.2. Jesús lloró para enseñarle al hombre a llorar
“Lázaro, con cuatro días de muerto y encerrado en el sepulcro, es el símbolo de un gran pecador. ¿Por qué razón se conmueve si no es para enseñarte cómo debes conmoverte cuando te ves oprimido y aplastado por el gran peso de tus pecados?
Te examinaste, te reconociste culpable y dijiste: cometí este pecado y Dios me perdonó; cometí aquél y no me castigó; escuché el Evangelio y lo desprecié; fuí bautizado y recaí en las mismas culpas. ¿Qué hago? ¿Para dónde voy? ¿Cómo podré salir de esto?
Cuando hablas así, ya Cristo se conmueve, porque en ti se agita la fe. En la voz de quien clama aparece la esperanza de quien resucita.
Si dentro de ti hay fe, dentro de ti está Cristo que se estremece interiormente. Si en nosotros no hay fe, en nosotros no está Cristo. Es el Apóstol quien lo dice: "Cristo habita por la fe en nuestros corazones" (Efesios 3,17). Por lo tanto, tu fe en Cristo es Cristo en tu corazón.
Que se estremezca Cristo en el corazón del hombre oprimido por el peso inmenso y por el hábito del pecado, en el corazón del hombre que transgredió el santo Evangelio, que desprecia las penas eternas: que se estremezca Cristo, que se repruebe el hombre a sí mismo. Escucha algo más: Cristo lloró. Que el hombre se llore a sí mismo. De hecho, ¿Por qué motivo lloró Cristo sino para enseñar al hombre a llorar?”
(San Agustín, “In Ioannes Ev.” 49,19)

7. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
7.1. En el pasaje hay un gran énfasis en el camino de la fe. ¿Cómo y por qué Jesús quiere llevar a la fe (al “creer”) a sus discípulos, a Marta, a María y al pueblo? ¿Qué relación hay entre el “creer” y el vivir en profunda relación (comunión) con Jesús?
7.2. El creer es la base de la resurrección. ¿Por qué el contenido del “creer” en Jesús es el “vivir auténticamente” (que es lo mismo que “vida en abundancia”? ¿Cómo entender la promesa más grande de todo el Evangelio: la resurrección?
7.3. El relato nos invita a ponerle atención a nuestra manera de encarar la muerte:
7.3.1. La muerte “duele”. ¿Qué pienso personalmente acerca de la muerte de los otros? ¿Cómo vivo un funeral?
7.3.2. La muerte es un hecho inevitable y decisivo. ¿Cómo veo mi propia muerte?
7.3.3. La muerte es un acontecimiento que hay que asumir con responsabilidad. ¿Qué pienso del hecho de que estoy permanentemente en camino hacia la muerte?
7.3.4. La muerte tiene que ver con el culmen del Proyecto de Vida. ¿He considerado en mi Proyecto Personal de Vida el hecho de mi muerte? ¿Cómo espero vivir mi muerte? ¿Cómo abrirme y expresar progresivamente desde ya la experiencia de la resurrección?
7.4. ¿De qué manera quiere el Señor que sea testigo de la vida y de la esperanza para todos aquellos que no han asumido con responsabilidad su vida o que se encierran en sus lutos o que son agentes de muerte y negación del otro en nuestra sociedad? ¿Qué hicieron los que le ayudaron a Jesús cuando estaba frente al sepulcro de Lázaro?

7.5. ¿De qué manera este evangelio me (y nos) prepara para la gran celebración de la fe pascual en la noche en que proclamaremos la gloriosa resurrección de Jesús? ¿Cómo está mi fe bautismal?

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